“La vida es breve. Si nos dejamos llevar por las emociones negativas, la desperdiciamos. Siempre que siento cierta frustración o demasiada tristeza, medito sobre esta frase del maestro budista indio Shantideva, del siglo VII: «Mientras el espacio inconmensurable siga existiendo y mientras siga habiendo seres que sientan, que yo también persevere para desterrar el sufrimiento del mundo». Cuando pienso en estas líneas, desaparece mi sensación de frustración. El sufrimiento puede ser una importante escuela de la vida. Eso se hace evidente cuando se lee la biografía de personas destacadas.”

Fragmento de El arte de vivir éticamente, Dalai Lama

¿Alguna vez te has preguntado por qué sufrimos?

La tradición budista tibetana nos brinda una interpretación sobre el origen de todos nuestros problemas. Y se remonta a la primera enseñanza del Buda. La llamada “Primera verdad noble”. La descubrió Siddharta Gautama, el buda histórico, en una noche especial que se conoce como “La gran renunciación” o “La gran huida”.

Hace 3500 años, al norte de la India, en la calma de una noche iluminada por la luna, el príncipe Siddharta Gautama, despertó empapado en sudor con un extraño dolor en el pecho. ¿Era su corazón? ¿Ansiedad? ¿Desdicha? Su padre, el Rey, Sudodana, líder de los Shakya, el clan que gobernaba Kapilavastu, había procurado, como todo buen padre, proteger a su hijo. Y lo hizo ocultando de forma absoluta todos los sufrimientos del mundo, manteniendo alejado al joven príncipe de cualquier incomodidad, fealdad o violencia, y prohibiéndole salir al exterior. ¿Puedes imaginarlo? Era una jaula de oro.

El joven Siddharta no pudo más con esa situación. Quería saber qué era lo que le oprimía el corazón. Esa fuerza se convirtió en una poderosa curiosidad. Se deslizó de puntitas por los pasillos del palacio cuando todos estaban dormidos. Ni siquiera las sombras que acechaban los rincones pudieron detener su búsqueda de verdad. Al llegar a la entrada, un portón infranqueable, el príncipe se detuvo, se le revolvió el estómago, sabía que tal vez jamás volvería, que no había regreso. Montó en su corcel y se metió a una selva oscura, hacia las profundidades de la noche. Dejando atrás la seguridad de los muros dorados, se embarcó en una travesía que lo conduciría hacia la comprensión de las realidades fundamentales del sufrimiento y el camino hacia la liberación. La oscuridad se volvió un testigo silencioso de su próxima iluminación.

Lo que vio esa noche fue un anciano débil y encorvado, un enfermo luchando contra su dolor, y un cuerpo sin vida siendo llevado en un cortejo fúnebre. Estas impactantes visiones confrontaron al príncipe con las inevitabilidades del paso del tiempo, la enfermedad y la muerte, revelándole la fragilidad de la condición humana. Abandonó su vida y se dedicó a buscar respuestas más allá de los muros que lo habían protegido de las verdades inevitables.

¿Dejarías todas tus riquezas y comodidades para ver la cruda realidad?

¿Qué es el dolor? ¿Qué es el sufrimiento?

La primera verdad noble, conocida como “Dukkha”, afirma que el dolor es el estado real de nuestra existencia. Pero la clave de esta enseñanza está en la esa palabra de origen pali, a menudo traducida como “dolor” o “sufrimiento”.

Desde una óptica científica, diversas investigaciones neurocientíficas destacan la conexión entre la experiencia del dolor y la actividad cerebral. Los procesos neuronales relacionados con el dolor físico son bien documentados, revelando la complejidad del fenómeno. No obstante, el budismo tibetano nos invita a ir más allá de esta dimensión física y explorar el sufrimiento, trascendiendo la mera sensorialidad.

El dolor, intrínseco a la experiencia humana, se manifiesta tanto en lo físico como en lo emocional. Desde el punto de vista neurobiológico, las señales de dolor son interpretadas por el cerebro, generando respuestas físicas y emocionales. Aquí es donde se entrelaza la ciencia con la filosofía budista, ya que Dukkha aborda no solo el dolor físico sino también el sufrimiento emocional derivado de la resistencia al cambio.

En palabras simples, el cerebro puede registrar el dolor físico, pero es la mente la que transforma este dolor en sufrimiento. La resistencia, el deseo y la aversión son las raíces del sufrimiento según el budismo tibetano. La mente, al aferrarse a lo que percibe como placentero y resistirse a lo desagradable, perpetúa un ciclo de sufrimiento.

Relacionando esto con la Primera Noble Verdad, Dukkha nos insta a reconocer y comprender el sufrimiento, a no huir de él, sino a enfrentarlo con plena conciencia. Al hacerlo, se abre la puerta del conocimiento de uno mismo.

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