En el contexto del budismo tibetano, la felicidad genuina se refiere a un estado duradero de bienestar que surge como resultado de la comprensión de la verdadera naturaleza de la realidad a través de la meditación. La auténtica felicidad, según esta tradición, no es simplemente la ausencia de sufrimiento, sino más bien un sentido profundo de serenidad y plenitud interior.

Importantes maestras, como Pema Chödrön, una monja budista, han abordado la felicidad genuina no como algo que se busca y se adquiere de fuentes externas, sino como el resultado de trabajar con nuestra propia mente y corazón. Chödrön subraya que la práctica de la meditación y la compasión conducen a un corazón abierto, lo cual es una fuente de felicidad genuina. En su libro “Los lugares que te asustan”, ella escribe: «La felicidad no es algo ya hecho. Proviene de tus propias acciones».

La noción de felicidad genuina se fundamenta también en la comprensión de “anatta” (anātman en sánscrito), la no existencia de un yo inmutable, y “shunyata” (śūnyatā), la vacuidad inherente a todos los fenómenos, conceptos esenciales en el budismo tibetano. La verdadera felicidad surge al disolver la ilusión del ser separado y reconocer nuestra interconexión con todos los seres. Es decir, dejamos de percibirnos como el centro del universo, soltamos nuestra importancia personal y entendemos que nuestra existencia es mucho más compleja.

Como puedes notar, la felicidad genuina que propone el budismo tibetano difiere significativamente de la concepción occidental de la felicidad, intrínsecamente ligada al placer o la satisfacción personal a corto plazo como: la fama, el éxito, el poder, los bienes materiales, el sexo, etc. Situaciones individualistas que, si bien pueden traer felicidad, no son sostenibles ni permanentes y, en ocasiones, incluso pueden convertirse en fuentes de sufrimiento. La felicidad genuina, en cambio, es estable, profundamente arraigada y accesible en todo momento cuando uno se libera de las ataduras del ego y las perturbaciones mentales.

Cuando abrimos el corazón, como dice Pema Chödron, encontramos no sólo una conexión más profunda con los demás, sino también la clave para abrir la puerta de una felicidad que trasciende los límites de la individualidad:

«Estar más en contacto con nosotros mismos da lugar a un enorme aprecio por el mundo y por otras personas. Es una manera muy especial de vivir. Tu corazón está lleno de gratitud, aprecio, compasión y preocupación por otras personas.»

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